16 de febrero de 2012

MILAN-ARSENAL (4-0): IBRA SÍ SABE A LO QUE JUEGA

Una de las sensaciones más amargas que puede experimentar un entrenador es la de no reconocer a su equipo tras 90 minutos de infructuoso juego. Ese sentimiento de incomprensión seguramente lo vivió anoche Arsène Wenger, uno de esos idealistas que prioriza el estilo al resultado y que, cuando no sale ni lo uno ni lo otro, no atina a pronunciar palabra alguna. Cobijado en la tristeza de su banquillo, el alsaciano no pudo más que contemplar la desnaturalización de los suyos a manos de un Milan que se impuso al Arsenal en todo contexto futbolístico: con y sin balón, en las dos áreas, en la batalla por el medio campo, en el estilo –muy particular pero interpretado magistralmente-, en el resultado y, por si fuera poco, en las individualidades.
Y por encima de todo y todos, un hombre: ZLATAN IBRAHIMOVIC. El sueco maniató y ridiculizó a la defensa gunner constantemente. Con San Siro rendido a sus pies, y su cabeza (¡qué pena de algún cable pelao!) sobre San Siro, Zlatan fue superior. Intervino en tres de los cuatro goles milanistas, regaló controles imposibles, regates escandalosos y asistencias inverosímiles. Una actuación autoritaria.
Al tran tran, como se suele decir cuando un equipo parece no querer forzar la máquina, los rossoneri esperaban a los ingleses en campo propio, éstos eran incapaces de crear peligro, y los milanistas se beneficiaban de su inocencia. Cada robo era la antesala a una conexión fulgurante con los tres de arriba (Robinho, Boateng y Zlatan), sobre sus pies giraba el fútbol del Milan. Malos socios para la cándida defensa de los cañoneros, que resbalaban una y otra vez sobre el mismo césped en el que Ibrahimovic levitaba.
El primer gol es un claro ejemplo de la inoperancia, lentitud y desatino del Arsenal. Como tantas veces, el lateral (Sagna en este caso) cede el balón Scsczney, en una muestra de equipo que quiere integrar al portero en labores constructivas (muy al estilo Barcelona, se trata de una de las bases sobre la que cimentar el juego de posición), pero éste al recibir no encuentra los apoyos abiertos de los centrales, lentísimos mental y físicamente, los laterales tardan en pisar la línea lateral, por lo que acaba reteniendo y rifando el balón cuando los milanistas ya han encimado a sus pares. Acaba recibiendo Nocerino, que se aprovecha de la indecisión posicional inglesa –ni se abren para poseer balón ni se cierran para defender-, para meter un buen balón a Boateng quién, tras amortiguar con el pecho, lo convierte en oro. 15 minutos, primer gol y golpe moral: un estilo bien definido se ha impuesto a la inconclusión del otro.
El Arsenal seguía buscándose a sí mismo mientras los rossoneri crecían en el campo, quiénes se encomendaban a la envergadura física y futbolística de Ibra. Como en el segundo gol, en el que El Zíngaro se escapa con suma pausa, potencia y clase hasta línea de fondo, una vez allí decide jugar una pared a la red con la cabeza de Robinho, autor final del gol. Para entonces, San Siro ya es consciente de que está viviendo una de sus grandes noches.
Wenger trata de provocar una catarsis en los suyos tras el descanso. Titi Henry al campo, Walcott fuera. El cambio, como metáfora del partido y del Arsenal actual, es maravilloso,  nos evoca a los mejores tiempos de Henry en el equipo londinense, pero echamos de menos a su lado a Bergkamp, Pires o Vieira. El ahora 12 gunner, escaso de fuerza y pasado de años, es todo voluntad, pero le falta la supremacía con la que hace años se deshacía de sus rivales –a lo Ibra-.
Sin ese gran Henry y con Rosicky donde antes jugaba Pires,  Arteta como copia barata de Cesc, Song tratando de parecerse a lo que un día fue Vieira, y sin el lesionado y gran esperanza gunner Jack Wilshere…, el Arsenal es un equipo lastrado, diminuto al lado de un Milan que ayer se volvió a sentir grande.
En ese contexto de deslealtad a sus ideas y a su filosofía, el Arsenal fue un juguete en manos de Ibra y, por ende, de los milanistas. Primero Robinho, de nuevo a pase de Zlatan, hizo el tercero de tiro raso desde la frontal del área. Y después, en el minuto 78, el sueco, siempre el sueco, nos regaló  una nueva genialidad ante un central, Djourou, impropio de un equipo de nivel. El suizo atropelló al sueco presa del pánico, y éste fue al suelo. Penalti y gol, para una posterior celebración rabiosa de un jugador único. 4-0, y eliminatoria resuelta

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