19 de junio de 2012

EL PUCELA Y SU DISCURSO DE PRIMERA (II): SOMOS VALLADOLID

Y el cambio llegó. Tímidamente. Como la llegada de Djukic a Valladolid; fría y discreta; en cierto modo también recelosa. Su escaso bagaje como entrenador (seleccionador sub21 y absoluto de Serbia, Partizan de Belgrado y 9 partidos en el Hércules) invitaba a la desconfianza en un tipo que no tenía, además, ningún vínculo previo a Valladolid –más allá de haber visitado Zorrilla en su etapa de futbolista-. Así, el Valladolid había tomado la decisión salomónica de apostar por un entrenador inexperto, con pocas referencias previas, y carente de carga emocional o sentimental hacía Valladolid. Toda una apuesta.
En ese contexto enigmático y acuciados por el problema económico, la expedición vallisoletana pone rumbo a la localidad gallega de Mondariz con el objetivo de hacer equipo cuánto antes. Sin embargo, las incógnitas afloran y los problemas crecen para el técnico, que trabaja con un grupo que cree que será desmantelado. Desde las oficinas le animan a desprenderse de Alberto Bueno, y le informan de la irrechazable oferta del Valencia por Barragán y la muy probable del Zaragoza por Guerra. ¡Tres de un plumazo! “¿Dónde me he metido?” pensaría el bueno de Djukic.
Sin embargo, ahí, cuando las adversidades invitan al pesimismo, el técnico serbio comienza ya a hacer gala de una personalidad arrolladora. Al mal tiempo, buena cara. Trabajo, trabajo y trabajo. Ese era el Plan A, el B y el C a la situación que atravesaba el club. Y también grandes dosis de cabezonería; negándose, entre otras, a la venta de Alberto Bueno, en quién confió ciegamente en un primer momento. Finalmente Javi Guerra tampoco haría las maletas, siendo Barragán el único en abandonar la expedición vallisoletana.
El barco ya había zarpado, y en ese preludio tedioso que son los partidos de pretemporada se comienzan a prever algunos de los rasgos del Valladolid de Djukic. Se intuye ya a un entrenador de buen gusto por el juego, centrado en la salida limpia del balón desde la defensa, en la elaboración en el mediocampo, y en la movilidad de los jugadores más ofensivos para la generación de fútbol. Todo parece muy bonito, “demasiado para Segunda”, pensaban algunos.
Con la temporada en marcha se reafirman las buenas sensaciones previas de míster y plantilla. El equipo no arrasa, pero mantiene una solidez y equilibrio de resultados que le aúpa a la zona alta de la tabla. Además, la asimilación de conceptos parece efectiva. No por su eficacia, sí por su insistencia. La perseverancia en la salida de balón desde la defensa, no da sus frutos instantáneamente, pero en la cabeza de Djukic se maduran paulatinamente, sin importar tanto el aquí y el ahora, y pensando en el mañana, más cercano que lejano. Es un proceso lento, un trabajo de orfebrería necesario para dotar al equipo de los mecanismos necesarios para caminar por sí sólo por la dura y larga Segunda División.
Las decisiones y el trabajo de campo las adereza con un mensaje directo, profundo y ganador; repetido hasta la saciedad “SOMOS VALLADOLID”. Cada problema, cada queja o cada contratiempo queda minimizado. Djukic es Valladolid, considera que trabaja para un club grande, y hace sentir eso mismo a sus jugadores. El que se acobarde no tiene cabida en el grupo.
Así, cada día, Djukic no sólo convence a su grupo, también a una afición que además disfruta de un fútbol de salón, impropio de Segunda. Un juego que además garantiza resultados, esos mismos que aúpan a los de Pucela a la parte alta de la clasificación. La encarnizada lucha, durante más de 40 jornadas, con Depor y Celta, deja al Valladolid malparado a falta de sólo una. Los pequeños detalles habían alejado a los blanquivioletas del ascenso directo, que vieron indefensamente como Celta y Córdoba firmaban un empate anunciado que obligaba a Djukic y sus hombres a jugar el Play off para conseguir una plaza de Primera.
Primero Córdoba y luego Alcorcón. El Valladolid volvió a demostrar lo que ya hizo en la fase regular, que es más y mejor equipo que sus rivales. Ascenso y celebraciones. El jefe de la obra no se esconde desde el balcón del ayuntamiento: “SOMOS VALLADOLID”.

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