1 de mayo de 2012

MANCHESTER CITY-MANCHESTER UNITED (1-0): ABURRIMIENTO EN EL ETIHAD. BLUE PREMIER

El Etihad rugía como nunca. El derbi local, el duelo de los dos grandes poderes futbolísticos de Inglaterra, debía coronar un campeón de Premier. Los antecedentes eran variopintos, y nos vaticinaban un pronóstico incierto. Los celestes habían remontado de manera inverosímil una diferencia de 8 puntos en las últimas jornadas, merced a una dejadez competitiva impropia de un equipo de Ferguson. Además, el 6-1 de FA Cup pesaba como una losa sobre el United. Pero por otra parte, pensar que los red van a inclinar la rodilla es, como poco, atrevido. Si milagrosamente levantó una Champions en 2 minutos al Bayer Munich, ¿Cómo no va a poder aguantar la presión de un partido como el de ayer?
Pero la primera aclaración a la pregunta vino en forma de alineación. La de de Sir Alex Ferguson, el hombre que elevó al United a la cima del fútbol mundial de repente manchó los calzoncillos. Planteó el partido como un equipo menor, reforzando el centro del campo de músculo; atrofiando el cerebro. Ante esa premisa inicial, los de Mancini con todo. En el campo los once mejores, a tratar de jugar, de mover el balón, de hacer gol y luego a guardar. Y eso fue el partido. Sencillo, insípido, malo.
Cuando uno no quiere jugar, la cosa (para el espectador neutral) pinta mal. Y esas sensaciones que uno percibía al inicio del choque se constataron irremediablemente con el paso de los minutos. Siempre con la emoción propia de estar viviendo la resolución de un campeonato (todavía quedan 3 partidos, pero éste era sin duda la llave que abre las puertas al cielo); con la tensión intrínseca de un derbi, de una rivalidad acérrima; pero con la certeza perpetúa  de que lo que estás viendo es un espectáculo futbolístico pobre.
Y el fraude no se entiende. Ashley Young, Chicharito o Welbeck en el banquillo; más talento descansando que sobre el césped. Mientras, los de dentro corriendo, entre ellos Scholes o Giggs –desafiando a las leyes de la edad- haciendo más kilómetros que cuando eran unos chavales. Y los del City tranquilos, conscientes de que, pese a que su fútbol tampoco es brillante, les llegará para ganar al Wigan –perdón, al United-.
Y cuando hablamos de que el fútbol de los de Mancini no es brillante lo primero que hago es mirar al propio Mancini, después me pregunto; ¿qué haría un entrenador con buen gusto con este grupo de futbolistas? La pregunta no tiene respuesta, tampoco matices. No hablo ya de buenos o malos entrenadores, sino de buen o mal gusto. No hay más, el italiano no lo tiene, y tiempo para demostrar lo contrario le ha sobrado.
Su once es acertado, pero el fútbol del equipo es arrítmico, carente de frescura mental, más allá de la que demuestren sus jugadores con el balón en los pies. No hay movimiento, ni desmarques de apoyo. Viven de las arrancadas de Touré, y de las individualidades de los de arriba. Eso, aderezado con la raza de Zabaleta, el trabajo de Barry, y el nivel de sus centrales, Lescott y Kompany –especialmente este último-. Al fin y al cabo es un buen equipo, perdón, un equipo con futbolistas descomunales. Suficiente para ganar una pobre Premier, como pocas se recuerdan; demasiado como para sufrir ante su archienemigo.
Del partido, perdónenme que apenas haya entrado en detalles. Ganó el City con gol de Kompany al rematar con poderío, y la ayuda de De Gea, un córner botado por Silva en las postrimerías de la primera parte. El resto se lo imaginan, me aburre hasta pensar en escribir sobre ello.
Al menos, aguantar los 95 minutos de partido mereció la pena para escuchar el mejor Blue Moon entonado por la afición citizen: bien vale una Premier.

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