21 de mayo de 2012

BAYERN MUNICH-CHELSEA (1-1, victoria Chelsea en penaltis): DROGBA CULMINA EL IMPOSIBLE

Aquellos que preveían una final imprevisible estaban en lo cierto. Yo no. Imaginaba un guión de partido definido y claro, con desenlace previsible. Lo cierto es que, incrédulo que es uno, no me jugaría ni un chavo a la victoria de los de Di Matteo. Su fútbol, gris y apático, creí que sería hecho añicos ante la velocidad y alegría ofensiva de la gente del Bayern…
Hace unas semanas, la ejecución del Barcelona a manos de los londinenses me pareció un milagro, un ejercicio consagrado de fe (en su fútbol defensivo y en un delantero mayúsculo como Drogba), de difícil –por no decir imposible- repetición. Y cierto es que ayer el Bayern no fue el Barcelona. Cohibido, arrítmico y miedoso ante el fracaso, su propuesta fue ofensiva, de buen gusto –su ADN no miente- pero con una importante falta de agresividad y seguridad en sí mismos. Así, desparecido Mario Gómez, y no plenamente acertados Kroos, Robben o Ribéry, los bávaros no completaron el partido que todos esperábamos. Siendo, aún con esas, más merecedores y mejores que el Chelsea.
Por tanto el desarrollo del choque fue el esperado; con un Bayern dominador y sobrado de ganas y emociones; y un Chelsea sumiso, encajador y realista. Asumiendo una verdad –o varias-: los alemanes son más rápidos, más técnicos, más jóvenes y más fuertes. Y poniendo soluciones al respecto: afear el partido, cortocircuitar a los cerebros bávaros, cerrar pasillos interiores, hacer coberturas en los extremos y robar para correr, para finalizar jugadas, para evitar pérdidas cercanas a Cech. Y en eso, en todo eso –que no es poco- movidos por un denominador común: la fe enorme en sus escasas posibilidades. El Chelsea es corazón.
 Esas virtudes, unidas a un apático Bayern (que careció de marchas, siempre a un mismo ritmo), compensaron el déficit londinense en otras suertes del juego: inoperancia con balón; desaprovechamiento del talento (Mata y Lampard, por encima del resto); defensa por garra y número, no por calidad defensiva.
Así, con estas premisas, el choque fue vibrante por emoción, no por ritmo. Emocionante por resultado, no por  fútbol. Y dramático para los alemanes, quiénes tuvieron TODO en su mano para doblegar al equipo de los milagros. Consiguieron adelantarse –más tarde de lo merecido-, en uno de esos momentos en los que parece que va a ser imposible que el rival se sobreponga (minuto 80). Müller ejecutó a la perfección un movimiento de jugador inteligente, cayendo en el segundo palo y propiciando un error de bulto del monumental Cech. Las mejores manoplas de la presente edición de la Champions no atinaron a sacar un remate en semifallo, y el pesimismo se instauraba en los aficionados ingleses.
Nada más lejos de la realidad, cuánto más difícil es la presa mayor es la convicción de los jugadores blues. Creyentes devotos de la religión que predica su entrenador, Roberto di Matteo, se subieron todos a la chepa de Didier Drogba. El elefante ejecutó un remate de cabeza conmovedor, por estética y valor, que provocaba la prórroga.
En esa agonía que son los tiempos extra de las finales, el Chelsea volvió a obrar el prodigio. Primero cuando Cech se unió al Olimpo de Drogba, parando un penalti a Robben, y luego, tras 30 minutos de cansancio y terror, derrotando a los alemanes en la tanda final desde los once metros. Como no podía ser de otra manera, con Cech y Drogba de grandes protagonistas. El primero rozando milagrosamente el último penalti del bayern, a cargo de Schweinsteiger. Y el segundo devolviendo al Chelsea la Champions que anhelaba y merecía desde hace tantos años. Muchas tragedias e infortunios lo evitaron, ahora los dioses son del Chelsea. En el fútbol no hay nada imposible.

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