8 de abril de 2012

ZARAGOZA-BARCELONA (1-4): SIN BALÓN TAMBIÉN HAY PARAÍSO

Prescindir de Xavi, Busquets e Iniesta supone, en parte, desnaturalizar  un estilo y un modo de entender el juego, sólo accesible al fútbol culé. Por mucha cantera y relevo generacional, anunciado a las mil voces que viene por detrás, estamos hablando de tres de los jugadores más importantes del mundo, e insignias de la filosofía futbolística azulgrana: mantenedores imperturbables del balón, maestros del juego de posición. Pero Guardiola, consciente del maquiavélico calendario que se les presenta próximamente, creyó conveniente dar descanso a los citados jugadores e inyectar moral a un desafortunado Keita en lugar de Busquets, a un inconsistente Thiago en el sitio del profe Xavi, y a Cesc como jefe de una línea medular inédita hasta la fecha.
Obviamente el bajón futbolístico del Barcelona en La Romareda fue considerable. A eso ayudó, y mucho, un Zaragoza enrabietado en su lucha –contra sí mismo y contra el tiempo- por conseguir la ansiada permanencia. Con el apoyo de los suyos, y un sobreexcitamiento inyectado en vena por su técnico Manolo Jiménez, la resistencia maña fue conmovedora. Envueltos por una atmosfera heroica que descendió de la grada al césped, la entrega de los blanquiazules casi rozó premio.
De éste le alejaron ciertos errores puntuales, y mayormente individuales. El primero; un fallo desde el punto de penalti de Aranda, que quedó subsanado por su propio gol minutos después. El segundo; un error de bulto en el juego aéreo por parte de Roberto, que tuvo un castigo ejemplarizante: gol de Puyol. Y el tercero y definitivo; una segunda amarilla de libro a Abraham, que pecó de ingenuo ante su inferioridad con su par, en este caso un extraordinario Alexis. Tres errores de bulto que penalizaron, en exceso, el fenomenal trabajo colectivo maño.
Con los citados fallos cogió aire un Barcelona que sufrió como pocas en lo que va de temporada. Sin balón, su principal y único arma, los culés se enzarzaron en una batalla cuerpo a cuerpo que descubrió sus vergüenzas. Especialmente en una línea defensiva que, si bien ya tenía suficiente con contener a dos puntas tan móviles y correosos como Aranda y Lafita, también tuvo que atender a las fugas que se generaban en el mediocampo. Además, el oasis que suele suponer en el Barcelona la posesión del balón, era ayer una suerte tremendamente complicada de dominar. Estaban, aunque suene fuerte, a merced del 18º clasificado de Liga.
Todo este argumento, que parecía diseñado por el propio Mourinho, se desmontó en 5 minutos trágicos para los intereses zaragocistas. Quizá tuvo que ver también con un bajón físico evidente y entendible. Total, de un 1-0 corto, a un 1-2 implacable en un suspiro, con Messi, como no, como protagonista.
Quedaba por delante toda una segunda parte que se preveía larga para los de Jiménez. Pero nada más lejos de la realidad, sus pupilos lo siguieron intentando, evitando que el Barcelona pisara demasiado el área defendido por Roberto, y creando alguna ocasión de peligro. Los de Guardiola, por el contrario, parecían seguir petrificados, asustados todavía por la ferocidad local. Fue entonces cuando el técnico de Sampedor decidió mover ficha: Busquets dentro, Keita fuera. La inyección anímica fue tan instantánea como demoledora para el Zaragoza.
El recién ingresado en el terreno de juego aportó la pausa necesaria para acceder al balón. Desde ahí sí, el Barcelona dominó y Messi decidió. Pero el recorrido hasta ese punto había sido tremendamente duro para el Barcelona, así como cruel para los zaragocistas.
El 1-4 final no puede llevar a engaño. Cualquier elogio para los de Jiménez se queda corto. La lectura culé debe ser igualmente positiva; pues salvaron un nuevo matchball, un partido peligrosísimo, y los experimentos, si bien no funcionaron, no penalizaron los 3 puntos. En definitiva, el Barcelona supo ganar sin balón, y eso sí que da miedo.

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