23 de octubre de 2012

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Tito Vilanova aterrizó sin demasiado ruido en el complicado banquillo culé. Ayudado por la discreción y elegancia desprendidas de la despedida de Guardiola, la transición de escudero a comandante fue tranquila y armoniosa para el bueno de Tito. Su rostro ajado  y una expresión permanentemente reservada era lo poco que conocíamos el público general sobre el nuevo entrenador del Fútbol Club Barcelona. Apenas le habíamos oído hablar, y pocas veces actuar (más allá de un tobón merecido a Mourinho). Siempre a la sombra de Pep, su padrino. Jamás había dado un paso adelante, mucho más inexperto en ruedas de prensa que, por ejemplo, su homólogo en el banquillo contrario, Aitor Karanka. Su carrera como futbolista tampoco le había llegado para doctorarse ante los medios, ni a tolerar momentos de presión en banquillos tan complicados como el culé.
Estábamos ante algo novedoso, inquietantemente nuevo, un neófito a las órdenes del banquillo más laureado de los últimos tiempos. Es entonces cuando llegan las dudas, cuestiones sin respuestas: ¿Cuál era su idea?, ¿qué fútbol nos mostraría?, ¿sería capaz de renovar la tímida caída del maravilloso juego de posesión blaugrana?, ¿estábamos ante otro filósofo a los ojos de Ibra?, ¿o bien ante un falso modesto?... En otras palabras, la duda estribaba en la línea que mostraría a su llegada: continuista o diferente a lo establecido en los años de hegemonía guardiolesca.
La lógica invitaba a pensar que Tito y Pep habían sido uno en su periplo de comandancia de la nave culé. El primero al servicio del segundo, pero ambos perfectamente imbricados a una idea de juego tremendamente romántica e idealista: de la conservación infinita del balón a la agresividad tras pérdida y presión adelantada de sus hombres.
Un concepto de juego único, pero renovado continuamente. Reciclando jugadores para la causa, inventando términos y posiciones desconocidas hasta la fecha. Sin darnos cuenta hablábamos en el idioma futbol sistemáticamente de  conceptos como “falso nueve”, o comenzamos a entender de la importancia del juego de pie de un portero como Valdés, más cerebro que portero en el sistema Barsa. Se trataba de cambiar de examen semanalmente a cada entrenador rival; para que cuando conocieran las respuestas, las preguntas de Guardiola fuesen otras. El profesor odiado.
Y siempre junto a Tito, él tuvo que ser partícipe de una u otra manera de las convicciones futbolísticas que plasmó Pep en su equipo. Desde sus inicios, pasando por la maravillosa y dulce evolución del juego, hasta la tímida decadencia plasmada en la última temporada de Pep, en la que se perdió una Liga y una Champions (huelga decir que se ganó todo lo demás). Pero, ¿hasta dónde llegaban las ideas de uno y otro?, ¿se pisaban unas a otras?, ¿qué crédito le podía conferir Guardiola a su segundo? Respuestas inescrutables hasta la fecha. Ahora, Vilanova con camino libre por delante, ya nos muestra las tan preciadas respuestas.
Así, a grandes rasgos se podría  establecer la gran diferencia del juego del Barcelona de Pep y de Tito en lo que Bielsa entiende como las cuatro premisas fundamentales del fútbol: “cómo pasar de la defensa al ataque y del ataque a la defensa”. Premisas modificadas notablemente por un Vilanova que concibe el fútbol de una forma más industrial en ataque, de mayor vértigo y verticalidad; y más reservada en defensa, con el repliegue como arma de contención.
Esas son, la verticalidad y el repliegue, los nuevos argumentos al concepto de juego culé, que sigue siendo inherente a su idiosincrasia (la posesión no se negocia), pero que le confiere otra dimensión; las respuestas a las preguntas que todos nos hacíamos al inicio de temporada; y las nuevas preguntas que plantea Vilanova a todos los técnicos y equipos que se enfrentan al Fútbol Club Barcelona. Han cambiado al profe.

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